viernes, 25 de junio de 2010

Durante los días del agua

Desde niño, siempre guardé un sentimiento especial por los días lluviosos. Los días de mayo a septiembre al retorno del colegio los disfrutaba entre las aguas que formaban ríos que a mi parecer eran enormes y que corrían paralelos a las banquetas, ríos que franqueaba con mucha destreza, dejando los zapatos empapados y el ímpetu de niño enaltecido por haber culminado victorioso el aventurado camino a casa.
El llanto del cielo me acompañó en los viajes más gratos de mi vida: en mi primer ascenso al Pacaya, durante los dos días en Tarrales con mis con mis hermanitos espirituales, aplacando también el desventurado calor del Petén y durante mis tantos recorridos por las calles de Xela y la carretera a San Marcos. Y así tengo tan gratos recuerdos de inviernos copiosos, incluyendo mis cumpleaños en la playa acompañados del puntual chubasco de cada noveno mes.
Ahora en cambio, el agua y el viento hacen tremendos destrozos y la tierra parece no aguantar más, se desmorona bajo el asfalto, se lleva casas y gente, provocando un sentimiento encontrado en quienes le guardamos tan entrañable cariño a la temporada de lluvias. Y así, un poco por autopreservación, otro poco por nostalgia, estos últimos años he optado por quedarme guardado observando las tormentas por la ventana mientras espero que amaine para salir a disfrutarme los dejos últimos de llovizna que compenzan en parte aquella necesidad de purificar el alma con el agua bendita de cada invierno.

domingo, 6 de junio de 2010

San Miguel Escobar

Un lugar bastante remoto, inclusive estando allí, cerquita de la Antigua Guatemala: así es como puedo referirme de San Miguel Escobar, aldea que visitamos el fin de semana con Edgar, Fernando, Fili  y compañía. Por vez primera tenían mis pies el gusto de tocar el suelo de este poblado, aunque la situación no fuese la idónea, pues ha sido el daño causado por la tormenta Agatha la razón para acercarnos a esta comunidad que, entre todo el desastre, ha presenciado la buena fe demostrada por los vecinos que viven en las áreas urbanas circundantes y de aquellos del área rural que, aún estando en condiciones similares, han llevado su pala y su hazadón para despejar las calles que dan muestra de la altura alcanzada por el lodo que ha descendido por las faldas del Junajpú.
Las imágenes que acompañan este recuadro de la memoria dan cuenta de la calamidad y de la belleza implícita en el trabajo de hormiga que realizan los guatemaltecos para volver a tenerse en pie.