martes, 3 de marzo de 2015

El mes pasado.

El funesto febrero... ciertos acontecimientos de la vida pueden volver amarga cualquier época del año. Ciertas vivencias jamás se superan. 

Pero, en eso, abrís el ordenador porque tu hermana te pidió unas fotos del lago de Atitlán, ponés el cursor pasando sobre una foto y la fecha que aparece es 7 de febrero, el día aquel... y caés en cuenta que, 4 años después la vida siguió su curso y te regaló uno de los fines de semana más interesantes de tu vida: un recorrido por las costas lacustres de Tzanchaj y Chacayá, en las tierras de Santiago Atitlán, unos días de compartir con la familia de allá, con el compadre y hermano Javier, con su hija, otrora una bebé de meses, con la tranquilidad del lago, con las evidencias prehispánicas, la maquinaria de café y el errático tránsito de moto taxis del centro del pueblo...

Estuve, en el lapso de 48 horas, en una decena de lugares con paisaje diverso, en una situación agradable, andando con mi camarita Sony H10 que moriría a los pocos meses al sumergirse en el lago de Amatitlán (el hermanito shuco de este otro que tampoco es un dejo de limpieza)...  mi ahijada, a la que he visto tan poco y le debo presentes acumulados por 5 años... mis caminos de piedra volcánica, piedrín que deshace zapatos, mi casa de Tzanchaj. 


Cuando el tiempo se descubre entre los archivos viejos deja de parecer tan malo aquello que alguna vez fue incómodo (los moto taxis, el hedor a pollo frito...) y caés en la cuenta que febrero, después de todo, tiene balance y que sus poquitos días permiten que ocurran aventuras que no pasan en todo el resto del año.