jueves, 3 de marzo de 2011

La panoramica del magma



Hace poco menos de un mes quedó saldado otro de los pendientes dejados a finales de 2009 en San Lucas Tolimán: la visita a La Playa. Aún cuando el sugestivo nombre concuerda con el hecho geográfico de la cuenca del lago de Atitlán, el sector en cuestión no corresponde a una planicie de tierra que se adentra en un manto acuífero sino a uno de los fenómenos que pueden narrar la historia geológica de Centroamérica. La Playa es una zona de ríos de lava petrificada de hace varios cientos de miles de años que, gracias al proceso de enfriamiento del magma y la erosión, permite observar las autopistas de la sangre incandescente del planeta que se han transformado en andesita.

Las imágenes que acompañan el texto muestran la principal de estas corrientes que descendieron del volcán Tolimán y que, tras el paso de la Tormenta Agatha, quedaron al descubierto en su totalidad, dándole una explicación lógica a los deslaves que dañaron toda la infraestructura de la Ruta Nacional 11 en mayo del año pasado, pues la precipitación pluvial de solo tres días provocó la saturación del joven suelo apostado sobre estos canales de roca ígnea y propició el arrastre del limo (además de gravileas, cafetos, piedras y basura) hacia las barrancas que conforman los afluentes del Madre Vieja. Otros de estos canales quedaron expuestos en la finca Santo Tomás Perdido.

Fuera de las cuestiones de la geología y la ecología, la llegada hasta La Playa me dejó una sensación de descubrimiento y completó en parte la panorámica del magma que antes había observado en el Pacaya (donde alguna vez caminamos con Edgar sobre ríos incandescentes) y en el Cerro Quemado.

También a modo de chascarrillo, este paisaje me recordó el interminable recapeo de la ciudad de Guatemala, pues la bendita pista volcánica tiene menos baches que las arterias de la metrópoli y no requiere de mantenimiento.

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