viernes, 25 de junio de 2010

Durante los días del agua

Desde niño, siempre guardé un sentimiento especial por los días lluviosos. Los días de mayo a septiembre al retorno del colegio los disfrutaba entre las aguas que formaban ríos que a mi parecer eran enormes y que corrían paralelos a las banquetas, ríos que franqueaba con mucha destreza, dejando los zapatos empapados y el ímpetu de niño enaltecido por haber culminado victorioso el aventurado camino a casa.
El llanto del cielo me acompañó en los viajes más gratos de mi vida: en mi primer ascenso al Pacaya, durante los dos días en Tarrales con mis con mis hermanitos espirituales, aplacando también el desventurado calor del Petén y durante mis tantos recorridos por las calles de Xela y la carretera a San Marcos. Y así tengo tan gratos recuerdos de inviernos copiosos, incluyendo mis cumpleaños en la playa acompañados del puntual chubasco de cada noveno mes.
Ahora en cambio, el agua y el viento hacen tremendos destrozos y la tierra parece no aguantar más, se desmorona bajo el asfalto, se lleva casas y gente, provocando un sentimiento encontrado en quienes le guardamos tan entrañable cariño a la temporada de lluvias. Y así, un poco por autopreservación, otro poco por nostalgia, estos últimos años he optado por quedarme guardado observando las tormentas por la ventana mientras espero que amaine para salir a disfrutarme los dejos últimos de llovizna que compenzan en parte aquella necesidad de purificar el alma con el agua bendita de cada invierno.

1 comentario:

Anmé dijo...

esos recuerdos de niño entre rios de lluvia son especiales, las fotos estan muy buenas!