
A mediados de la década de los noventas, ya por medio propio, acostumbraba dirigirme al resguardo de la Cordillera Volcánica, a la ciudad de San Marcos. Allá, quién me recibía y daba cobijo era mi tío Jose, el valiente de todos mis familiares que se animó a volver al pueblito luego de su paso por la Metrópoli de Guatemala.
Las tardes de guitarra allá en San Marquitos se llenaban de música que brotaba de sus manos, prodigiosas para la guitarra y también para sacar muelas. Tocaba siempre Hotel California con adornos y todo, algunas de Alux y, tiempo después, los acordes que lo acompañaban en la iglesia. Siempre fue una delicia escucharlo.
De él, en el tejido de mi memoria queda el bordado de enseñanzas, especialmente las que me regaló con su ejemplo: de cualquier dificultad hay salida, toda vez tomemos la mano del Padre Celestial. Los hilos de su música, el color de la sonrisa suya y de todos los paisanos a los que les arregló los dientes y su legado de humildad y servicio conforman ahora una flor luminosa en este güipil que, desde hace unos días tiene un toque de tristeza por la partida tan pronta.
Acá se le extraña mucho tío.