lunes, 27 de abril de 2009

Cosas Antiguas


Un cuenco aflora entre la tierra, al pie del altar de piedra que conmemora al espacio y el tiempo. Milenio y centavos quedando atrás, emergiendo de nuevo al suelo para registro de larga vida que ostenta el pueblo Tz'utujil.
La vida avanza, sigue el pueblo de la flor de maíz acá, trabajando en esta misma tierra. Los más valientes andan con nosotros, metidos como taltuzas en el subsuelo, recuperando las palabras que el tiempo guarda en cada fragmento de cerámica, en cada piedra tallada.
Es el tiempo de ahora en Chuk'muk,recuperando una memoria de hace ¡uuuuuuuuuu! como cuatro mil años y el dichoso tiempo sigue igual: ceremonioso, de paso cadente, más dinámico que la ciudad en le juego que natura dirige, con aroma de café montano, con aire de pueblo del altiplano.
Veo el pasado recuperado tras los días y noches que pasaron entre el polvo agitado por el viento norte y así vuelve a la memoria algo que nadie recordaba ya.

martes, 21 de abril de 2009

guipil de pájaros y flores

El bordado refleja la vida de Atitlán, pueblo colorido que cuenta con uno de los vestuarios regionales más llamativos del altiplano. Flores y pájaros llenan los espacios del blanco y del morado que sirven de fondo en el güipil de las atitecas, exaltando la fertilidad de la tierra y el ciclo de la naturaleza que explota toda la paleta de tonos que acompañan el paisaje. La vida allá va sin prisas, con calma, una calma que se resguarda entre los volcanes, el lago, el canto de las aves, el café y la mística de una vida que a diario encuentra una nueva razón de ser.

Helados

El receso de las diez en Chuk'muk durante la temporda de enero de 2008 tenía sabor a helado de vainilla y el patojo que los vendía tenía la capacidad de hacer reir a cualquiera con la autoridad que imponía cuando los promotores y los arqueólogos lo acorralaban para pedirle el abasto respectivo. Desde aquellos días, nunca falta quien llegue a ofrecernos algo para calmar el calor mientras estamos excavando... ¡Son buenos los helados de Atitlán!
Esta escena, como otras semejantes, le dan un toque sublime a mi lugar de trabajo.

Dios los cría...

Siguiendo el camino hacia el sur, en una de pocas veces que llegué más allá de San Salvador, hube de hallarme de mediador en una discusión acerca de mi país en la cual el interlocutor principal era un mexicano que pregonaba que si los quichés esto y los aztecas lo otro y Guatemala acá y México allá y, bueno, hasta que de shute me dispuse a interrumpir y, las casualidades de la vida, me encontré con que Jorge (el gordito de la foto), quien viajaba a nicaragua con la vista puesta en unos petrograbados que están en la Isla de la Zapatera, a medio Lago Cocibolca a donde, por cierto, no llegamos porque erramos el camino, resultó adicto a la ciencia de jugar tierra y tejas viejas, a tal grado que los dos arqueólogos terminamos recorriendo las planicies al centro del país de los lagos y los volcanes, hablando de historia hasta el amanecer y recorriendo caminos mientras el calor inclemente trataba de mermar nuestro paso. A la fecha seguimos viajando, principalmente en El Salvador y Guatemala, recorriendo el tejido de la vida en este Itsmo que nunca deja de sorprendernos.
En aquel recorrido, como premio de consolación por no llegar a La Zapatera, alcanzamos una isleta más cercana donde se edificó el Torreón de San Pablo, un fuerte destinado a limitar el ingreso de los piratas ingleses que intentaban llegar a tierra desde el Río San Juan pasando por el lago. Desde las almenas de la torre pareciera que aquel mar interior es interminable.

domingo, 19 de abril de 2009

Tejido Antiguo

El descanso luego de la jornada de excavaciones... fue allá por noviembre de 2002, durante la primera temporada de campo en Chu'Taxtyoox, Sacapulas. A medio cerro nos deteníamos a fumar uno o dos cigarrillo (cada uno) mientras contemplábamos el Río Chixoy. En aquella ocasión los hallazgos arqueológicos fueron mínimos, no obstante fue una temporada memorable. En la imagen capturada por Edgar Carpio aparece el equipo original: William, Bernabé y yo. ¡Con todo el sabor... el sabor ganador!

sábado, 18 de abril de 2009

guipil de fuego y nubes


Los ascensos al volcán de Pacaya sucedieron uno tras de otro desde 2005, en la mayoría de los casos, dirigido por el Edgar Q. (el colado al centro atrás de la segunda imagen). Algunas veces, rozando los límites entre lo intrépido y lo estúpido, caminamos entre los ríos de lava petrificada y alcanzamos la cumbre para ver de cerca las explosiones y el cráter lleno del magma que mana de la tierra. Entre quienes acompañaron esta travesía, la memoria a mantenido el tejido de fuego y nubes integrado en el primer año de Turismo en el CARES por los nueve estudiantes que se convirtieron en mis hermanos menores, estableciéndose una amistad sólida hasta los días presentes y recorriendo casi todo el país: ríos, lagos, parques, ciudades, mercados, caminos olvidados y lugares llenos de gente.
Muchas veces queda inadvertido que la sima de cada monte ígneo, la cumbre de los guardianes de la tierra, sólo tiene razón de ser cuando es compartida, cuando los que van por primera vez y los que retornan constantemente ponen cara de asombro ante los poblados que se ven en lontananza. De manera particular, el Pacaya me atrae más que cualquier cumbre porque siempre lo comparto, desde San Francisco de Sales hasta el cráter y cada que voy encuentro nuevas razones para volver.
En las fotos, tomadas en el viaje de abril de 2005 por Manuel Cerón, se presentan los hilos que tejieron el güipil de turismo, observando hacia el Hunahpu en la primera imagen y festejando la cumbre en la segunda, estando presentes, al frente, Roberto, Pepe, Manuel y el chucho que se comió nuestras provisiones; atrás, de izquierda a derecha, Marjorie, Stephanie, Flor, Katherine, Edgar, Otto, Chocano, Javier y Allan (QEPD), cuya partida lamento profundamente por el espacio vacío que deja en el tejido de mis hermanos menores.


sábado, 11 de abril de 2009

Entre Serchil e Ixtagel




Las imágenes de acá son frescas, de este Viernes Santo en las calles de San Marcos, las mismas constituyen un registro del acontecer festivo de la Semana Mayor. La mayoría de familias de cada cuadra se une para tapizar el suelo con aserrín, corozo y, como detalle adicional, pintan con añelina el pavimento para complementar la decoración llena de efímeras obras de arte. El retorno a Los Altos de La Ensenada trae la necesidad de la migración definitiva, dejar la caótica ciudad y permanecer para siempre entre el frío, las montañas y las nubes. Al retorno, guardo la imagen de la Dolorosa en su andar cadente y, aún sin irme, llevo ganas de volver.