viernes, 7 de julio de 2017

Contando el tiempo



Once años atrás, no recuerdo en realidad con quién estaba hablando, tuve que explicar que a los amigos no se les pide explicaciones, se les quiere, se les respeta la distancia y el silencio, se los extraña y se guarda la esperanza de volver a verlos pronto y bien… el tiempo llega.

Fue la semana última cuando el tiempo dijo que el presente era bueno y tocó recorrer la mayor distancia que jamás había cubierto en un solo día. Tras el primer cuarto del itinerario (el que avance solo) llegué a la ciudad y me encontré de nuevo con Óscar, en cuya compañía y la de su familia optamos por el rumbo de la CA-9 (ahora nombrada como Calzada Jacobo Árbenz Guzmán) y nos dirigimos hacia Petén. El encuentro fue cotidiano, como si el tiempo no hubiese decidido interponer espacio entre dos hermanos que siempre han estado ligados por la memoria, la carretera y el deleite del panorama guatemalteco. Así que un acontecimiento del todo inesperado fue recibir la llamada de mi amigo, invitándome a acompañarle a la Reserva de la Biósfera Maya. ¡Otra vez un microbusito, fiambre musical y mucha historia!


500 kilómetros y 45 más al día siguiente llevaron nuestros pies de nuevo a Tikal, ciudad que también es hermana, que permaneció inmutable en espera de nuestro regreso y que nos recibió sin reclamos, con toda su gallardía. Recorrido perfecto por cada edificio de la antigua urbe que alcanzamos a ver con la luz del día, terminando en el templo IV, donde llegó el momento de guardar la cámara y llenar el alma de energía con todo aquello que desde la cima  de aquel monumento gigantesco llenaba nuestros ojos.




El paseo hubo sido de esos memorables, para consignar en este güipil-blog que hace rato permanecía sin actualizarse. Fue como volver a la niñez: la energía alcanzó para encaramarnos a todos los edificios y para recuperar la capacidad del asombro de los años mozos. Muchos espacios los había olvidado, otros, como el Palacio de las Acanaladuras y la Plaza de los 7 Templos, me parecieron fascinantes complejos arquitectónicos que seguramente sirvieron de modelo a ciudades grandiosas del área Puuc algunos siglos después. Y con el viaje recordé que en acá  fue donde, hace diez y ocho años y tres meses, comenzó todo este asunto de la arqueología que ahora es mi alimento y mi aire.

Cuatro días en ruta. Sin temor a equivocarme puedo decir que fueron en la compañía idónea y en el momento preciso; que el tiempo trascurrido desde los viajes de la década pasada hasta este nuevo trayecto ha sido bueno y que los lazos de hermandad construidos en la carretera son imposibles de romper, son en extremo sólidos y bien dispuestos, como los bloques de caliza que forman cada una de las estructuras desde las que contemplamos la selva en esa recién concluida jornada.