(…o, crónica prolongada del retorno al güipil de la memoria.)
La idea era llegar a Xela aún con luz de día. Hacía tiempo que salir por la Interamericana conduciendo mi motocicleta era una actividad olvidada y después de las reparaciones mecánicas que tenían tiempo esperando, la salida se concretó, pero el camino se vio recortado por la niebla y el agua.
La cambiante altitud en las rutas asfaltadas de Guatemala me puso un muro blanco frente a la nariz: con una visibilidad quizá del 30% avancé por las curvas cerradas que hay entre Tecpán y Chupol a razón de unos 30Km por hora, el paisaje era blanco, y cuando la niebla cedía, únicamente se veían los cortes de terreno en las paredes de los cerros y el pavimento oscuro por efecto del agua que no cesaba en su intento por cubrirlo todo. Al descender de Chupol hacia Los Encuentros la dispersión de partículas del agua pasó de la densa niebla a la llovizna pertinaz que me obligó a tomar el desvío hacia Sololá para buscar cobijo, abortando el plan de viajar hasta Quetzaltenango.
De Tecpán a Sololá y de Sololá a Panajachel se experimenta un descenso de aproximadamente 800 metros, equivalente a pasar del frío ecosistema de pino-ciprés al mundo templado de los encinos de la margen norte del Lago de Atitlán o, en otra analogía, de las partículas de agua condensadas en las nubes de los Altos Chimaltecos a los torrenciales aguaceros de la cuenca atitlaneca, lo que andando en moto significaba pasar de la escasa visibilidad blanca a la total oscurana mesclada con el reflejo deslumbrante de los carros en la vía contraria que reflejaban sus luces en las gotas congeladas en el visor del casco, siendo así que la bajada a Pana resultó en toda una aventura.
Una vez pasada aquella peripecia, habiéndome enterado ya de la derrota de la sele contra México (nada de extrañar) y habiendo amainado el aguacero, tras un par de años de ausencia, las calles de la villa de San Francisco Panajachel comenzaron a revelarse de nuevo y a presentar su nueva cara…
Decadencia. Tras el Agatha y el colapso de la ruta entre San Jorge y Pana, el turismo quedó mermado a tal punto que los gringos que aún se ven paseando por la localidad son residentes y no viajeros temporales, con la excepción de algunos viajeros que parecieran en misión de iglesias para cristianizar a los infieles que viven en el nuevo mundo. Muchos bares cerrados, apenas uno o dos lugares donde beber un café y, en la Santander, una invasión de mototaxis, tránsito de narcopickups y un montón de capitalinos (de la más rastrera sepa) espantando a locales y foráneos. Y al final de todo, muerte al arte y olvido seguro de la pintoresca calle que alguna vez fue peatonal y que ahora es un perfecto desastre.
Música. Hablando de gringos residentes, saqué de positivo a esta visita por la calle de Los Árboles, la Santander y la calle de salida, la oportunidad de incluirme como observador de un peculiar evento: un concierto con música Country y rock anglosajón de los 60s y 70s que, por primera vez sonó en vivo en mis oídos como yo imaginaba que debía ser, serio pero alegre, ceremonial, fino y estridente (e interpretado por gringos). Acompañado de papas fritas con pimienta, creo que la música nortemaericana tiene un punto donde vivirse en estas latitudes… (No obstante, en el local a lo sumo habíamos siete personas).
Belleza panorámica. Mañana de domingo, retomando el camino hacia Quetzaltenango, por vez primera me detengo a fotografiar La Catarata y el paisaje lacustre bonito, que en ese momento se acompañaba de la adrenalina de poder quedar aplastado por una camioneta mientras tomaba la fotografía o de quedar bajo las rocas en esta zona de deslaves. El lago, las nubes (que la tarde anterior arruinaban mis planes) y los colosos ígneos siguen haciendo de éste, el lago más bello del mundo conocido… (y cinco días después, la carretera, en el punto de La Catarata, colapsó de nuevo).