jueves, 1 de abril de 2010

En los valles centrales

De los últimos días han surgido cosas interesantes, como ese giro del destino de hacer viajes cortos en la noche del sábado que llevan a perdernos en los callejones empedrados y llenos de bugambilias. Algunas veces el viaje comienza con chalas que rememoran los días de libro y café en el centro, aunque ahora han pasado a la morada de las Libélulas -acá debo hacerle los honores a las hermanas Loukota por haber creado un lugar tan confortable-, que al rato se torna en resguardo literario que permite cortar de tajo el rutinario modo de andar corriendo en la metrópoli.
Luego, las calles antigüeñas y ese bar donde una banda de reggae saca a relucir nuestros dotes de críticos (siempre inconformes), avanzando luego a pie, olvidando lo difícil que sería hacer eso mismo en guate, adonde volvemos con las baterías recargadas.
Las imágenes colgadas corresponden, la primera,  a la Libélula -libros y demás menjurjes- y, la segunda, cortesía de Edgar Quisquinay,  a un grabado que se encuentra en el frontispicio de las ruinas de una iglesia ubicada justo al lado del bar.   
Por acá en los valles centrales anda ahora esta desordenada memoria.

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