Hacia el occidente estos armatostes avanzan con una lentitud
bárbara, llevan los espacios entre butacas reducidos y los de piernas largas sufrimos las
consecuencias de tal desfachatez que gana apenas seis espacios para gente
sentada-aperchada que, de no ir sobre el cojín, irían igual apuñuscados en el
pasillo de estos camioncitos disfrazados como autobuses de colores.
Fuera de todo, las camionetas de parrilla en esta latitud
aún se mantienen libres del acoso de la violencia. Si lleva uno tiempo aún es
una diversión y un poco una aventura. El año pasado, por ejemplo estuve viajando
a Comitancillo (localidad para la cual no hay microbuses) y conocí rutas nuevas
que lo llevan a uno a través de la pradera subalpina marquense. Barrancos
extremos, caminos de terracería conquistados por esta lata con ruedas. Acá voy,
adentro. De retorno vengo cargando con unas ollas que compré en el mercado
local y conseguir que llegaran intactas adentro de un chunche de estos es toda
una tarea de titanes.
Acá voy, adentro… algunos en el bus de adelante, viajan
libres al viento en estos cacastes con parrilla.
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