sábado, 18 de abril de 2009

guipil de fuego y nubes


Los ascensos al volcán de Pacaya sucedieron uno tras de otro desde 2005, en la mayoría de los casos, dirigido por el Edgar Q. (el colado al centro atrás de la segunda imagen). Algunas veces, rozando los límites entre lo intrépido y lo estúpido, caminamos entre los ríos de lava petrificada y alcanzamos la cumbre para ver de cerca las explosiones y el cráter lleno del magma que mana de la tierra. Entre quienes acompañaron esta travesía, la memoria a mantenido el tejido de fuego y nubes integrado en el primer año de Turismo en el CARES por los nueve estudiantes que se convirtieron en mis hermanos menores, estableciéndose una amistad sólida hasta los días presentes y recorriendo casi todo el país: ríos, lagos, parques, ciudades, mercados, caminos olvidados y lugares llenos de gente.
Muchas veces queda inadvertido que la sima de cada monte ígneo, la cumbre de los guardianes de la tierra, sólo tiene razón de ser cuando es compartida, cuando los que van por primera vez y los que retornan constantemente ponen cara de asombro ante los poblados que se ven en lontananza. De manera particular, el Pacaya me atrae más que cualquier cumbre porque siempre lo comparto, desde San Francisco de Sales hasta el cráter y cada que voy encuentro nuevas razones para volver.
En las fotos, tomadas en el viaje de abril de 2005 por Manuel Cerón, se presentan los hilos que tejieron el güipil de turismo, observando hacia el Hunahpu en la primera imagen y festejando la cumbre en la segunda, estando presentes, al frente, Roberto, Pepe, Manuel y el chucho que se comió nuestras provisiones; atrás, de izquierda a derecha, Marjorie, Stephanie, Flor, Katherine, Edgar, Otto, Chocano, Javier y Allan (QEPD), cuya partida lamento profundamente por el espacio vacío que deja en el tejido de mis hermanos menores.


1 comentario:

Daniel dijo...

Hermano: Pues yo, igual que vos, guardo recuerdos miles de las tantas veces que he escalado el Pacayita... recuerdos que también van de lo absurdo a lo sublime. Acompañarlos, a vos y a la tropilla del CARES, fue y será parte de esas experiencias. Igual que vos, también, lamento la partida de Allan... rogaré siempre por su descanso. Un abrazo.
Edgar.