sábado, 6 de junio de 2009

De las poquísimas veces que veo amanecer

En la costa no queda más que trabajar desde antes que la estrella de la mañana se levante. Andábamos con Ariel, Marvin y Lester en Tiquisate realizando encuestas a la gente que trabaja entre las plantaciones de banano para un estudio que, como muchos, terminó siendo moneda arrojada en saco roto. Una semana de levantarnos a plena madrugada para dirigirnos cada vez más al sur, acercándonos de poco en poco a la playa.
Es una vaina eso del trabajo en este país. Acá no hay güipiles, hay uniformes blancos cubiertos con gabacha, gorro y guantes de hule, un trabajo molido y mal pagado para los operarios de la maquila del oro verde, una realidad que dan ganas de no verla. En contraste, la naturaleza brinda un espectáculo que sólo la bendita Costa Grande puede albergar: el Astro Rey dando sus primeros destellos detrás del follaje de plátano y palma, la iluminación naranja en anuncio de otra jornada calurosa y nosotros, casi como Catherwood y John Loyd Stevens, haciendo ecoturismo, un poco por trabajo y tanto más por el llamado del camino que nos lleva siempre a cualquier lugar.

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